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Un amor y dos vidas que enseñan que el Autismo existe para entenderlo

Nadie pensaría que la unión de Dulymer Salvatierra y Eduardo Rubira, daría vida a dos bellos niños que vendrían a cambiarles la existencia y a enseñarles acerca de una condición en específico, de la cual se sabe poco, pero que existe, y mucho: el Autismo.
Cada infortunio, cada adversidad, al encontrarse con este mundo totalmente desconocido los ha llevado como pareja a afrontar estos retos con más fuerza, sin embargo, en el caso de Dulymer, en su rol como mamá, le ha tocado ser cada día más dedicada, sin desmayar jamás.
A los 29 años se convierte en madre de Luis Ignacio Rubira Salvatierra (de 14 años actualmente), un niño completamente sano en su desarrollo inicial y dos años después nace Diego Alexander Rubira Salvatierra (12 años), a quien diagnostican -en primera instancia- con un trastorno del espectro autista. «El estaba en preescolar y fue una maestra que me alertó acerca del comportamiento de mi hijo, de que algo no estaba bien con su sistema nervioso central, le costaba mucho sentarse, tenía edad de gatear pero no lo hacía; y es cuando mediante un especialista en Caracas, que me dice que tiene parálisis cerebral infantil (PCI)», expresó.
-Venía llevándolo a sus controles pediátricos y a la primera consulta aquel especialista me dijo que tenía PCI, se me vino el mundo encima. Lloré todo el camino de vuelta, lloré toda la semana y todo el mes. Sin embargo, fui a hacerle sus exámenes neurológicos y fue donde se fue descubriendo todo. Se trataba del autismo, algo de lo cual no nos damos cuenta muchas veces, aunque hoy en día tenga mucha más divulgación, señala.
Gracias a la perseverancia para hacer frente a las circunstancias, Dulymer cuenta que su hijo Diego, hoy en día corre, camina y salta y está convencida que los diagnósticos no son limitativos, «nunca tienen por qué frenar las ganas que se tengan de sacar adelante a nuestros hijos; él sobrepasó ese techo y es un niño sano, gracias a Dios, y por la paciencia, el amor y el esfuerzo de sus padres».
Cuenta que el segundo diagnóstico les llega en medio del tumulto emocional por llevar a Diego a terapia, de saber que tenía una condición y con el temor de que no caminara. «Empiezo a notar que mi hijo mayor, Luis Ignacio, deja de hablar cuando tenía 2 años y medio, además se pone como retraído; pero ya era una mamá que había leído acerca del autismo y me había preocupado por aprender, y por eso me doy cuenta que algo sucede con él y lo llevo con los especialistas», manifestó.
Al declararse sorprendida por el diagnóstico, admitió que ninguna madre está preparada para una valoración médica como esa ya que «cuando hablamos de ‘inclusión’, cuando decimos todos los niños son iguales, que no debería haber etiquetas, la verdad es que todas quisiéramos tener un niño sano que ría, que juegue, de forma normal y es difícil llevarlo, ninguna mamá está preparada para ello».

Como en el primer diagnóstico -expresó-, a veces también lloro hoy en día, no porque no lo acepte sino porque el Autismo muchas veces nos roba los sueños, las ilusiones y la estabilidad emocional. Una cosa es aceptarlo, otra cosa es afrontarlo; porque sé que tengo que llevarlos adelante y aquello de la angustia, sobre todo el: ¿Qué será de ellos cuándo yo no esté?, es lo que más me atormenta.

Para superar esto comentó que ha tenido que trabajar junto a un equipo multidisciplinario, de especialistas, neurólogos, terapeutas, entre otros, y además de documentarse, lo cual hoy también le permite en buena medida las redes sociales, que es acceder a la información. «A pesar de todo, amo mi vida, amo a mis hijos.
Ese propósito que Dios tiene con uno, de aprendizaje de vida es claro; pero muchas veces duele. He tenido muchas experiencias que me han ayudado a crecer gracias a mis hijos, que quizás si ellos no fueran así, yo no tuviera este despertar emocional que hoy tengo. Aunque no me parece que sea a este costo: hay mucha desinformación, mucha maldad, niños crueles con los niños autistas e incluso los mismos adultos son crueles, porque no son capaces de ver de buena manera la discapacidad en el otro.

-Siento que soy muy afortunada y por tanto agradecida, porque el autismo de mis hijos no está en niveles de agresividad; hay mamás que a diario reciben golpes de sus hijos por crisis y más bien yo soy afortunada, me toca es aprender de sus vidas. Mis hijos tienen una nobleza en su corazón, la mayoría de niños autistas son así, no saben de banalidades u objetos de última moda, de marca, por los que los padres nos angustiamos por darles; mis hijos son felices que le regalen un chicle con tatuaje y esa simplicidad en su corazón me hace inmensamente feliz. Al principio no era así, yo intentaba comprarle lo mejor, pero ellos me han enseñado que la vida es mucho más sencilla de lo que creemos.

A sus 42 años, Dulymer insiste en que ninguna mamá debe decaer, ni dejar que la tristeza la invada, ya que “nuestros hijos son maravillosos” y “aunque el mundo es cruel, son más las personas que nos apoyan y nos dan una mano amiga. Estamos aquí para enseñarle a los demás el buen corazón y lo bello que pueden ser nuestros hijos (autistas) para el mundo, porque son seres preciosos, genuinos, sin maldad, que no le pueden hacer daño a la sociedad; sólo están cargados de propósitos y esperanzas”, dijo finalmente.
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